23 septiembre 2012

Fin.



Anna siempre había tenido un miedo irracional a la noche. Cuando la oscuridad la abrazaba, algo dentro de ella comenzaba a crecer, un miedo que apenas dejaba entrar aire en sus pulmones. Y el poco que entraba tenía un regusto a pesadilla. Cada noche se envolvía en las sábanas, escondiendo sus pequeños pies entre los dulces pliegues, esos que tanta seguridad le proporcionaban, mientras sus delgados brazos rodeaban su almohada llena de lágrimas hambrientas.
Pero todo aquello cambiaba cuando oía un crujido sobre su cabeza, y sentía la vibración de la madera de la escalera que bajaba de la cama que se elevaba sobre su refugio de algodón. Entonces unas manitas apartaban las sábanas, sólo para pegar sus pies fríos a sus piernas, mientras su respiración correteaba por la nuca de Anna. Sólo entonces se giraba hacia Eve, que tenía sus mismos ojos, para hundirse en ellos buscando salvación. Buscando dejar de escuchar esa voz que salía de las entrañas del suelo, aquella que se alzaba por encima del bombeo de su corazón y se deslizaba por sus oídos para inyectar el veneno de sus colmillos invisibles en su mente. En lo más profundo de su ser. Y dejar que se fuera extendiendo. Pero entonces, cuando ya pensaba que había quedado paralizada al completo, cuando ya iba a dejarse llevar en aquel remanso de oscuridad que nacía en su interior, Eve sostenía su afilada cara entre sus cálidas manos y, con voz firme le susurraba: 
- No lo escuches. Hazlo por mí - lo repetía una y otra vez -. Hazlo por mí.
Y entonces comenzaba a tararear la canción más dulce que habían escuchado en las noches más oscuras, aquellas en las que su madre las abrazaba a ambas y las tres se quedaban dormidas con los pies colgando de la cama, sin importarles si el monstruo de debajo de la cama se dedicaba a hacerles cosquillas con sus desgarradoras uñas. Las mismas que en ese momento tiraban de la fina sábana, queriendo arrastrarla con él. 
- No - susurró, interrumpiendo la nana -. No - dijo en un tono más alto.
Se asomó a la barandilla de su pequeña balsa de salvación, y se encontró cara a cara con aquel monstruo. Su misma nariz respingona. Sus mismas pecas. Su mismo pelo oscuro que caía desordenado acariciando su reflejo en las baldosas. Su misma frente amplia. Sus mismos labios tristes, sedientos y hambrientos. Pero sus ojos… eso era el único detalle que no le hacía creer que estuviera mirándose al espejo que tantas veces le había juzgado. Ojos oscuros, profundos como las simas por las que las almas en pena descendían hasta los infiernos. Ojos totalmente negros, como el veneno que corría por la sangre de Anna. El mismo veneno que se concentraba ahora en una sola palabra.
- Basta.
La mirada de odio que le dedicó aquel que había osado invadirla no podría compararse a ninguna existente. Pero la fuerza con la que resonaron aquellas dos sílabas contra el mármol del suelo, mandó a aquel monstruo al lugar más recóndito bajo su cama. Bajo una losa de olvido.

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