04 noviembre 2012

Querer no significa amar.

"Te quiero", le susurró al oído.
Su voz ronca rebotó, vibrante, contra los huesecillos de su oído. Sin compasión alguna, aquellas ocho letras iniciaron la conquista como dirigidos por el mejor de los Unos hacia su corazón, que quedó inmóvil por un segundo, presa del terror más absoluto. Y su yo interno quedó mudo. Aquellas dos palabras se agarraron a cada lado de su espina dorsal, como si su permanencia en el tiempo dependiera de ello, y comenzaron a deslizar sus garras de manera brutal por cada vértebra. El dolor destiñó sus mejillas, sus entrañas y sus labios.
Y su conciencia comenzó a compartir espacio con el más puro miedo. El que reinó desde aquel instante en sus cuerdas vocales y en sus ojos. Aquellas ventanas del alma permanecieron con las cortinas echadas el tiempo que duró la guerra civil entre aquellas masculinas manos y sus saladas mejillas, que con el tiempo se tiñeron del color de los arándanos y adquirieron un sabor metálico.
Hasta que no pudo más.
Hasta que se dejó llevar.
Para no regresar jamás.

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