Clementine cerró la
puerta tras de sí.
Buscó a tientas el
primer botón de su chaqueta. Separándolo de su ojal, fue poco a
poco caminando hasta su habitación. Exhaló el aire colmado de
letras antiguas mientras la ropa caía entre pilas de sueños
encuadernados de grandes literatos. Su piel, ardiente, suspiró sobre
la frialdad de las sábanas. Las estrellas parecieron surcar las
ondas de su vientre, creando una ruta de tímida luz que la recorrió
completa. El vello de su nuca se erizó mientras sus párpados se
unían. La presión bajo sus pulmones hizo acto de presencia, tan
puntual como siempre. Se tumbó de lado, permitiendo que la Luna se
acurrucara en la curva de su cintura. Tras cerrar los ojos durante lo
que parecieron eternos ciclos solares, miró el espejo que se
encontraba frente a ella. Y recordó.
Recordó la manera en
que la piel le había ardido cuando aquel extraño le había rozado
espalda con su halo de misterio. El mismo halo que ella había
desnudado con los dientes tras la delgada figura de una farola mal
acompañada, mientras sus manos buscaban algún resto de cariño en
su pelo. Era el mismo misterio, ya resuelto, que había dejado
tirado, hecho trizas, junto a absurdas falsificaciones de suspiros
románticos, bajo las ruedas del primer taxi que pasó y que la llevó
a casa. El frío que le recorrió los labios cuando pagó al taxista
le avisó que la desnudez a la que se había expuesto aquella noche
dejaba ver aquellas marcas que la experiencia iba dejando bajo los
ojos, los pechos, entre las pestañas y en las corvas.
Tembló.
Su pequeña mano se
deslizó a tientas bajo la almohada. Sus dedos acariciaron el relieve
de su libro más preciado. Un catálogo de mariposas sin estrenar,
que tras veinte años seguía guardando, a la espera de sentarse a
reconocer a todos aquellos curiosos seres alados que, suponía,
revolotearían algún atardecer entre sus costillas.
Porque Clementine aún
no sabía lo que era el amor.
Hay quienes, tras el primer amor fracasado, afirman que mejor hubiera sido no haber llegado a conocerlo, pero yo no les creo. Ni tampoco ellos lo dicen en serio.
ResponderEliminarAunque duela, el amor te reafirma en la vida.
Aunque queme, sabes que hay algo, y no vacío.
Y ya no temes tanto como antes de haberlo sentido en tus carnes.
Así pues... Pobre, pobre Clementine.
<3
Qué bonito, de verdad. Clementine aún está triste, pero aunque ella me diga que no, creo que aún se emociona cada vez que cruza miradas con un chico, pensando que quizás será él el que logre que identifique varias mariposas.
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